Es verdad que el tema de la desafortunada intermediación
de la Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh) para que una frágil mayoría del Parlamento Europeo desestime abrir debate
a fin de incorporar al MRTA en un registro de organizaciones terroristas, carece de cuerda larga en cuanto a hecho específico. Todo lo contrario ocurre en función al
impacto que ese proceder tiene sobre el conjunto ciudadano y su lenta construcción
de una cultura de paz.
Los datos puntuales de lo acontecido en Bélgica señalan
que fue una iniciativa de diputados amigos del Perú – los españoles José
Ignacio Salafranca (Partido Popular) y Luis Yañez (PSOE) – proponer una enmienda a fin que el grupo subversivo peruano
integre la lista de bandas criminales. Ante ella, hubo intercambio de consultas y Aprodeh emitió su opinión ya conocida. La
poca perspicacia de nuestra representación diplomática en Bruselas (como lo reconoce implícitamente el presidente Alan García)
no advirtió la derrota de dicha iniciativa.
Ésta podría ser abordada otra vez porque, como lo
indica el parlamentario andino Wilbert Bendezú, el tema de fondo (es decir, la consideración terrorista del MRTA) no se ha
votado. Lo que se desechó fue debatirlo. Dependerá más bien de la eficacia del Estado peruano encauzar debidamente el punto
y la actuación de Aprodeh queda como un infeliz episodio.
Pero lo que no es contingente es el oscuro ejercicio
analítico de quienes aplauden abierta o solapadamente lo realizado por la ONG de Francisco Soberón. Afirmar que el MRTA ya
murió y que se está haciendo una tormenta en un vaso de agua para justificar supuestos agravios contra las organizaciones
membretadas como defensoras de los derechos humanos, nos devuelve a las confusas
polémicas de los años 80 cuando muchos relativizaban el rostro criminal de ese grupo, explicaban que era “diferente”
a Sendero Luminoso, que su “rebelión armada” se entendía como una respuesta social de la pobreza y la exclusión.
Argumentos de tal naturaleza dañan la moral del ciudadano
de a pie que fue la víctima predilecta de estos facinerosos, fue desplazado y condenado a extraviar toda visión de progreso,
empujado también por un Estado débil y poco representativo.
Volver al famoso “sí pero no” de los admiradores
de la violencia como partera de la historia, es el retroceso más significativo en el debate político de los últimos años.
(cesarcamposlima@yahoo.com)