¿EN
QUÉ MOMENTO SE JODIÓ EL PERÚ?
¿ESTAMOS REALMENTE JODIDOS?
Por Luis Alberto Guerrero
La recurrente frase de
Mario Vargas Llosa en “Conversación en la Catedral” siempre viene a cuento cuando tratamos de explicarnos por
qué estamos así. Muchos nos preguntamos si realmente el Perú está jodido, y cada quien tiene su propia versión de cuándo sucedió.
La mayoría en estos días
le echa la culpa a Alejandro Toledo. La verdad es que Toledo no jodió al Perú, pero sí que lo terminó de joder. El pudo hacer
mucho para que la situación que dejó Fujimori: corrupción, falta de institucionalidad, crisis de la democracia, populacherismo,
se revertiera con un gobierno honesto e inteligente.
Toledo y sus chakanos
no fueron ni lo uno ni lo otro. Ni honestos ni inteligentes, sino más bien corruptos de la peor clase, no pulpos y mafiosos
de alto vuelo como los tiempos de Montesinos pero sí pirañitas primariosos, aprendices de bolsiqueadores callejeros, que arañaron
la caja fiscal pero que al mismo tiempo le hicieron un tremendo daño a la imagen pública del gobernante democrático.
Más de una vez he dicho
en mil escritos que Toledo perdió la gran oportunidad de pasar a la historia como un gran gobernante. Pudo no haber resuelto
ningún problema, pero sí haber iniciado una cruzada de moralización, de austeridad, de verdadera identificación con los peruanos
que menos tienen, y sobre todo de utilizar a la gente pensante de este país tan rico en todo, sin exclusiones ni marginaciones.
Pero los errores empezaron
desde el principio. ¿Cómo explicar que se hubiera aliado por ejemplo con Fernando Olivera Vega?. Una alianza precaria que
pudo sostener su régimen, pero a qué costo: divorciarse del resto de los partidos, que por lo menos durante dos o tres años
hubieran sido el sostén de una democracia que a todos interesaba fortalecer.
El daño que Toledo le
ha hecho a la democracia es inconmensurable, porque, además, con una irresponsabilidad que lo pinta de cuerpo entero, prohijó
e hizo hombres públicos a una gavilla de delincuentes, antisociales y arribistas –con honrosísimas excepciones por supuesto,
como las del Dr. Luis Solari de la Fuente y la de Marcial Ayaipoma, cuya permanencia en Perú Posible hasta ahora es para mí
una incógnita- que han deteriorado con sus actos lo que significa un hombre de gobierno.
Toledo no supo aprovechar
su cara de cholo, y su condición de cholo exitoso. Como buen criollo, más bien, trató de sobresalir por encima de esa masa
esperanzada que lo creyó uno de los suyos, para descubrir después que detrás de esas facciones telúricas estaba agazapado
un arribista, un foráneo 100 por ciento occidental, agringado hasta en la fonética, renegado de su ancestro y su vieja cultura.
¿Pero qué cultura podría tener quien apenas, seguramente, podría haber leído un texto de primaria, y que no ha leído, estoy
seguro, ni “El Mundo es Ancho y Ajeno”, “Los Perros Hambrientos”, “La Serpiente de Oro”,
“Agua”, “Yawar Fiesta”, “Poemas Humanos” ni “Todas las Sangres”, por supuesto.
Otros leyeron por él y
le inventaron un lenguaje, una postura, una ideología marketera. Presurosos “asesores” venidos incluso de tiendas
corruptas vinculadas a Montesinos, se sumaron al coro exitoso de los cuatro suyos, prometieron a la vieja usanza, obtuvieron
respaldo, y aunque se guardaron alguito –caso Soros- llegaron a Palacio tras la fuga vergonzante del japonés usurpador
del apelativo “chino”.
¡Qué tremenda decepción
la que sufrieron, primero algunos de sus más directos colaboradores, que tuvieron que apartarse asqueados de lo que percibían,
y después, poco a poco, el pueblo que veía caer cada una de sus esperanzas!. ¡Cómo podía ser del pueblo un presidente que
se ponía 18 mil dólares mensuales de sueldo! ¡ Cómo podía ser del pueblo un mandatario que chupaba con sus amigotes whisky
de etiqueta azul, de 100 dólares la botella, en vez de ron nacional, cañazo u otro licor que lo acercara más a la gente común!.
Fue tan poco inteligente
Toledo que no pudo articular un buen aparato de comunicaciones, y durante toda su gestión se la pasó quejándose de los periódicos.
¿Por qué no armó su propio periódico?. Le encargó a su compadre Almeida formar un diario, y salió “La Pura Verdad”,
un mamotreto laudatorio incapaz de convencer a nadie, “El Peruano” siguió con su vieja línea, de estar al servicio
del poder de turno en vez de informar para todo el Perú, y el Canal 7, aunque recuperado un tanto por la transición Paniagua,
no mejoró ni un ápice más, sino que más bien incorporó a “talentos” como Ricardo Belmont Cassinelli, que en el
fondo no hicieron sino hundir más a las comunicaciones del Estado en la mediocridad más espantosa.
¿Qué habría que hacer
para que en el Perú funcione un sistema de comunicaciones estatales parecido al de la BBC de Londres?. Toledo pudo haberlo
hecho, pero jamás gobernó en serio. Fue un diletante, un advenedizo de la política, que pudo innovar, cambiar para bien, pero
que no fue capaz de hacerlo.
Punto aparte, y necesario
de mencionar, es el hecho de su lamentable familia: una larga y cuestionable pandilla de pobre gente deseosa de arribar a
mejores tiempos, que creyó que el Estado era la oportunidad de su vida, y que se dedicó en cuerpo y alma a la tarea de infiltrar
a gente corrupta en el aparato público para sacar ventaja, para coimear y roer a pedacitos algo de la sabrosa torta del hermano
Presidente. La historia del Perú tendrá que juzgar a los Toledo con severidad. Como familia pudo hacer mucho, ponerse al lado
de las cosas buenas, encaminar gestiones pero con devoción y civismo, liderar campañas de bien social, luchar contra la pobreza
(bueno, lucharon contra su pobreza), dar ejemplo para los demás. Y en el peor de los casos, si no eran capaces de hacer lo
precedente, ponerse al margen y no joder al Presidente.
No es necesario hablar
de la Primera Dama, desubicada en el contexto de su función y de la realidad
peruana. Ella también, mujer de negocios, trató de hacer su propia cosecha, y no solo para ella sino también para su propio
cuerpo amical. Su paso por la CONAPA, un organismo creado bajo el pretexto de defender a los pueblos andinos y amazónicos,
fue de una voracidad incontrolable, al punto que casi un millón de dólares de la cooperación internacional, vía el Banco Mundial,
terminaron en las billeteras de los amigos de la señora Eliane Karp, en pago de jugosos y apetecibles sueldos y de “estudios”
inservibles, como todos los que generalmente se hacen para aparentar un estatus de preocupación por los problemas de los demás.
La señora Karp y sus amigos ahora habrían puesto sus ojos en el INDEPA, que es en el fondo el mismo cuento.
Otro factor gravitante
de la decadencia de la vida democrática nacional es la incorporación de sujetos sin la menor calificación en la lista de Perú
Posible, y también, aunque en menor medida, de otras agrupaciones políticas. Sujetos como Víctor Valdez, Leoncio Torres Ccalla,
o Gustavo Pacheco, solo podrían haber entrado en una lista si hubieran comprado el lugar en franca transacción comercial,
y lo mismo podría decirse de alguien como el congresista Jorge Mufarech, que de ser ministro fujimorista aparece como parlamentario
gobiernista del toledismo.
Todo lo dicho explica
la pérdida del último bastión para recuperar la dignidad democrática avasallada por
el fujimorismo. Toledo lo echó a perder, y hoy estamos peor que en el 2000.
PERO
EL ASUNTO VIENE DE MAS ATRÁS
Decíamos que este proceso
decadente tiene raíces más antiguas que las del régimen de Toledo. Efectivamente, la descomposición democrática hay que rastrearla en los partidos políticos, teóricamente representantes de la voluntad ciudadana.
Si alguna vez tales partidos encarnaron aspiraciones populares, alrededor de las cuales se nucleaban intereses comunes -de
derecha o izquierda, pero representativos de sectores- hoy dichas agrupaciones, sin excepción alguna, sólo representan intereses
particulares, a lo más los intereses de camarillas enquistadas en las cúpulas dirigenciales.
Basta con percibir la
renuencia de dichas cúpulas a adaptarse a las tendencias modernas de la organización partidaria para entender que el caciquismo
sigue vigente en sus filas, y que la ley del más fuerte, del que coimea mejor o manipula más hábilmente a los demás, es el
que impone las reglas de juego y los candidatos.
Los estudiosos del comportamiento
de los partidos políticos peruanos podrán decir si este comportamiento acriollado tiene que ver con la especial forma de entender
la política que heredamos de los albores de la República. El poder del dinero siempre tuvo una gravitación importante en la
vida política, y la conducción del Estado era un negocio más de las clases pudientes. Total: las leyes tenían que hacerse
para facilitar los negocios, eso de que las leyes no tienen nombre propio solo es una declaración constitucional, el lobby
no es un invento reciente.
Dice el diccionario que
Política es el “arte, doctrina u opinión acerca del gobierno de los Estados”, y referido a las personas define
al político como “versado en las cosas del gobierno o negocios del Estado”. Se pone, sin embargo, en los casos
en que los políticos no encajan en esta definición, y sanciona despectivamente como politicastro al “político inhábil,
rastrero, mal intencionado, que actúa con fines y medios turbios”, y como politiquero al que “brujulea”
o “trata de política con superficialidad y ligereza”
Si aplicamos estas definiciones
a nuestros congresistas ¿cuántos podrían ganarse el título de políticos?. Dudo que pueda contarlos con los dedos de una mano,
porque la gran mayoría encajaría en el rubro politicastro, y unos cuantos, benevolentemente, como simples politiqueros.
¿QUÉ
HACER PARA PONER REMEDIO?
Para remontar la jodida
situación en que nos encontramos debemos pues, cambiar esta realidad deprimente para contar con verdaderos hombres políticos.
¡Afuera los politiqueros y los politicastros!. Debe haber partidos realmente representativos, no clubes de aventureros y negociantes
de la vida pública.
Lamentablemente este es
un problema de educación y conciencia ciudadana, ambas cosas muy deterioradas en la sociedad peruana. La gran tarea empieza
por hacer conciencia del mal, y marginar a quienes por tradición y conveniencia quieren ser reelegidos o nuevamente elegidos.
Uno de los escollos es
la falta de una prensa comprometida con el destino del Perú. Los medios de comunicación peruanos, sin excepción alguna, están
vinculados a intereses particulares. Prensa escrita, radioemisoras y televisoras, forman parte de un cogollo en que cada quien
busca lo suyo, en medio de una lucha a muerte por sobrevivir, en una diaria batalla campal por el rating, donde no hay valores
ni interés público que valga.
Vladimiro Montesinos demostró
que los propietarios de medios de comunicación en el Perú bailan al son del dinero, y que su único compromiso es con sus cuentas
bancarias. Propietarios de la talla de Pedro Beltrán, Luis Miró Quesada y Gustavo Mohme Seminario –que también defendían
lo suyo en sus páginas, pero que jamás se hubieran hundido en la ciénaga ni se habrían sentado en la salita del SIN- solo
forman parte de la anécdota.
Otro es el problema de
los periodistas, a quienes generalmente se confunde y maltrata al identificarlos con los propietarios. Es cierto que hay dentro
del gremio quienes ejercen funcionarios mercenarias, pero hay también voces éticas que son y serán la semilla de un rescate
de la dignidad periodística tantas veces pisoteada por la falta de unidad profesional.
La libertad de prensa
en nuestro país es una ficción. Cierto, cada quien dice lo que quiere, no hay restricciones ni
hostilización visible, pero en el fondo gravita el poder del anunciante –y el Estado es uno de los mayores- que
impone criterios y conductas a los medios que quieren ser privilegiados. Hay revistas y canales que subsisten y bailan al
son que fijan sus anunciantes. Y ello es lícito, en la medida que no quieran presentarse como portavoces de la opinión pública.
Tanto se maltrata el concepto
de opinión pública que uno ya no sabe quiénes o qué la constituye, ni quien la representa. Teóricamente los periodistas son
los intérpretes de esa opinión pública, y los dueños de medios los canales de difusión de esas interpretaciones. Lo malo es
que estos últimos –meros intermediarios del proceso comunicacional- se han apropiado del derecho de difundir lo que
a ellos conviene, y en la forma en que más les conviene. Eso, estricto sensu, no es libertad de prensa, sino simplemente libertad
de empresa.
Para cambiar la situación
en que estamos es preciso clarificar entre la gente pensante (que ojalá sean cada vez más) el rol que cumplen los medios de
comunicación, que mientras no exista un movimiento social discriminante seguirán tal como están, y quizás peor, deformando
a la sociedad con su torcida manera de “informar”, “orientar” y “entretener”.
Sin medios de comunicación
responsables (socialmente hablando), sin políticos identificados a plenitud con las causas del pueblo, la tarea se presenta
ardua, pero no imposible. Hay por delante una gran tarea de difusión popular.
Habría que editar, por
ejemplo, un gran periódico de propiedad cooperativa; y cuyas acciones sean del mayor número de personas. Lamentablemente los
“colegas” que “cooperativizaron” Expreso en la era velasquista y Ricardo Belmont que cerró en masa
con el accionariado difundido de su canal, han puesto por los suelos el concepto del cooperativismo aplicado a la propiedad
de un medio de comunicación. En esto hay que empezar desde cero, buscando casa por casa, a los patriotas que quieran destinar
10 dólares al gran proyecto de darle al Perú un periódico realmente libre.
Habría que darle al Canal
del Estado y al diario oficial “El Peruano” nuevos fines y contenidos, más allá de su rol de boletín oficial.
Ambos deben dejar de ser cajas de resonancia del gobernante de turno y apañadores de sus inconsecuencias. Canal y periódico
deben pasar a la administración de un ente social que adapte la experiencia de la BBC de Londres a nuestra realidad, y que
enriquezca sus objetivos.
Si el gobernante de turno
quiere hacerse propaganda, su partido o sus partidarios tienen perfecto derecho a tener periódicos, radioemisoras o televisoras
independientes –sin subvención del Estado- que compitan de igual a igual con los otros medios.
LA
PRENSA QUE EL PERÚ ESPERA...
En cuanto a los contenidos,
una prensa responsable tiene que variar radicalmente lo que publica y como lo publica. Nos hemos encasillado en formatos copiados
de otras realidades, y es lamentable que periódicos tan influyentes como “El Comercio” y “La República” hayan tenido que contratar a foráneos para estructurar sus modernizadas ediciones.
El concepto atribuido a Pocho Rospigliosi de que “hay que darle lo que le gusta a la gente” es el versículo principal
de la Biblia de los editores de periódicos peruanos, y es bien sabido que no siempre lo que gusta es lo más sano. Faltan ingredientes nutritivos en la dieta de los lectores nacionales.
Si no dependiera de los
avisos, si tuviera detrás de mí el sustento de un capital cooperativo, haría un diario tremendamente educativo. No prostituiría
mis páginas ni haría de celestina para quienes buscan amores mercenarios como hace “Trome” de El Comercio, no
apelaría a reportajes a seudo-personajes amarillentos, ni al escándalo, para atraer lectores: Carlos Cacho, Leslie Stewart,
Chacalón, y la basura que los rodea, no tendrían cabida en estas páginas. ¿No hay dentro y fuera del Perú tanto peruano exitoso,
inventivo, innovador, para entrevistar que hay que recurrir al submundo de quienes nada representan?. Estos editores de pacotilla
han puesto el mundo al revés.
Rescataríamos del triste
rincón del olvido al que ha sido relegada la “Crónica Parlamentaria”, en la que fueron maestros de maestros personajes
como el “Cumpa” Donayre (Q.E.P.D.), Eduardo Deza, Nelvar Carreteros, Alejandro Borboy y Justo Linares, por solo
mencionar a unos pocos colegas; crónica que enfoca, informa, enjuicia y divierte al mismo tiempo, y que no sólo hace “cherrys”
o vierte bilis como las notas políticas de la hora presente.
Haríamos de la sección
deportiva un verdadero camino de crítica constructiva... y también destructiva de esos cacicazgos y tierras de nadie en que
se han convertido los clubes y sus organismos superiores, donde se amarra, se comercia con ilusiones y se pervierte la esencia
de lo que es realmente deporte. Nuestra juventud merece otra cosa.
No habría páginas femeninas,
porque la cultura y el interés humano no tienen sexo. Hablaríamos de los libros esenciales que todo joven y adulto debe leer,
de los discos que debe escuchar, de las películas que deben admirar, más allá de los intereses crematísticos que encadenan
también a las radios, que sólo pasan lo que interesa a unos cuantos por razones de ganancia comercial. Al pan, pan; y al vino,
vino, sería la norma. Nada de compadrazgos ni mermeladas.
No tendríamos “página
social”, pero sí una gran “página del pueblo” para poner allí las fotos de todos aquellos que hagan algo
por la Patria, y que se merecen cotidianas Ordenes del Sol. A los alcaldes que hacen obra silenciosa, a los parlamentarios
que piensan en el pueblo en vez de pensar sólo en el sueldo, a los presidentes de regiones que miran más allá de sus narices,
en fin, a todo aquel que aporte cada mañana y cada tarde algo nuevo en la gran tarea de reformular al Perú.
Hay pues, en el fondo
del túnel una salida. Yo creo en el dicho que no hay mal que dure cien años. Lo malo es que la vida de uno, generalmente no
llega a cien años. Pero, felizmente, siempre habrá alguien que recoja las ideas y que pacientemente las plasme cuando llegue
el tiempo del cambio.
Lima, Abril 2005.